Hermandad de los nómadas
-a esto nos llevas.
Una tormenta,
sobre la cabeza, la espalda:
horror en las palabras
que esperamos.
Como una casa en ruinas,
son las palabras a casa.
Las grita el niño con desgarro:
¡vamos a casa!
Casi un bebé ya había dicho:
¡Dame! ¡Es mío!
Hermanos mío en los excesos,
fiebre mía, escalofrío.
Mientras todos piden salir,
tú dices sólo: ¡a casa!
Caballo que da tirones al ronzal.
-¡Arriba!- la soga hecha pedazos.
-No hay casa para nosotros.
-Sí, aquí mismo, a diez pasos.
La casa de la montaña. -¿O más
alta tal vez? ¿La casa en la cumbre?
La ventana justo bajo el tejado. –No sólo
por el fuego de la aurora, encendida, ¿verdad?
De nuevo: la vida –o sea,
la exactitud de los poemas.
Casa, es decir: ahí
afuera, en la noche.
(Oh, ¿a quién confiar
El tormento, la pena?
¿Mi angustia, más verde que el hielo?)
-No pienses tanto en ello.
Sopesando respondo: -Sí.
De "El poema del fin"
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