16.3.23

Vanessa Springora. Sobre la Lolita de Nabokov

Lo que caracteriza a los depredadores sexuales en general, y a los delincuentes pedófilos en particular, es que niegan la gravedad de sus actos. Suelen presentarse como víctimas (seducidas por un niño o una mujer provocadora) o como benefactores (que solo han hecho el bien a su víctima).
Sin embargo, en Lolita, la novela de Nabokov, que leí una y otra vez después de conocer a G., asistimos a dos confesiones confusas. Humbert Humbert escribe su confesión en el hospital psiquiátrico donde no tardará en morir, poco antes de que lo juzguen. Y dista mucho de ser amable consigo mismo.
Qué suerte que Lolita reciba al menos esta reparación, el reconocimiento inequívoco de la culpabilidad de su padrastro por parte de quien le ha robado la juventud. Lastima que esté ya muerta cuando tiene lugar esta confesión.
En estos tiempos de supuesto "regreso al puritanismo" a menudo oigo decir que hoy en día una obra como la de Nabokov se enfrentaría necesariamente a la censura. Sin embargo, creo que Lolita es cualquier cosa menos una apología de la pedofilia. Todo lo contrario: es la condena más dura y eficaz que he leído sobre el tema. Por lo demás, siempre he dudado de que Nabokov pudiera ser pedófilo. Es evidente que ese interés insistente por un tema tan subversivo -que abordó dos veces, la primera en su lengua materna, con el título de El encantador, y muchos años después en inglés, con esta Lolita icónica de éxito mundial- puede despertar sospechas. Es posible que Nabokov luchara contra ciertas inclinaciones. No lo sé. Pero, pese a la perversidad inconsciente de Lolita, pese a sus juegos de seducción y sus carantoñas de estrella de cine, Nabokov nunca pretende convertir a Humbert Humbert en un benefactor, y menos aún en un buen tipo. Por el contrario, su relato de la pasión de su personaje por las ninfas, pasión irrefrenable y enfermiza que lo tortura durante toda su vida, es de una lucidez implacable.


De "El consentimiento"
    

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