Nunca, nada, nadie.
Tres palabras terribles.
A. Machado.
Razones no nos faltan para creer a ciegas
que ha de salir el sol de nuevo cada día,
pero seguridades no tenemos.
Hay leyes ignoradas, cataclismos,
igual que en nuestra historia.
Olvidos y costumbres
nos ponen una venda, a veces de colores,
colores aptos para la esperanza
y el sueña todavía, sin embargo,
la frontera de la palabra noche saben todos.
Podría ser un día tan azul como el mar,
un perder pie de pronto en el profundo hueco de la sombra.
Podría estar en la mano de un ambicioso de poder,
de un pobre loco, tal vez de un sádico.
Siglo tras siglo el hombre busca asirse.
Nuevos modos intenta: técnicas, ciencias, cauces
donde amoldar lo nuevo, donde afianzar sus torres.
Pero el tiempo le huye sin dejarse apresar.
A lo suyo está el tiempo, nunca toca diana
ni advierte del comienzo y menos de la meta.
Los relojes de arena se quedan detenidos
y alguien grita triunfal:
El tiempo ya no existe!
Y hasta engola la voz para ajena sentirla.
Es un fingir audacias, un inocente engaño;
prueba fallida siempre.
Paso a paso prosigue el caminar en vilo,
aún menos que el vilano, que pasajera nube;
menos que el aleteo del más mínimo insecto.
Tendiéndole al futuro toda clase de redes,
otra vez al presente, a enredarse en las dudas,
o al sí desesperado que el hombre busca a ciegas,
ansiando que algún péndulo, con cuerda eterna y firme,
sin descanso prolongue su ritmo y el tic tac.
De "Teoría de la inseguridad"
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