Hoy que, Isidro, Gregorio soberano
en el cielo recibe,
donde sagrado vive,
la beatitud dichosa de tu mano;
hoy que deidad le añades
al número inmortal de sus deidades;
hoy, pues, que ilustremente le conduces
al orbe luminoso
donde surca glorioso
golfos de llamas, piélagos de luces,
que resplandecen bellas
más que el puro candor de las estrellas.
Madrid, aun en el mismo acento muda,
cuando en tan arduo intento
calla el mayor acento,
santísimo en la tierra te saluda,
y en la celeste esfera
apóstol ya divino te venera.
No acaso, no, remite a tu desvelo
y a tu grave cuidado,
santísimo prelado,
la militar Jerusalén el cielo,
pues con aplauso tanto
al que le ofreces tú pregón a santo.
Tu frente adorne, pues, majestuosa
la tiara eminente,
que en tu sagrada frente
menos se juzga noble que forzosa;
ella misma se debe
digno decoro a tu peinada nieve.
Vive, Gregorio, oh, tú!, vive, reparo
de la iglesia oprimida,
que el cielo en nueva vida
te reserva, te suple Fénix raro,
siendo al purpúreo nido
de no estéril ardor restituido.
En "Poéticas. Antología de mujeres del siglo XVII"
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