Cuando nací, no había palabra para lo que yo era. Me llamaron ninfa, suponiendo que sería como mi madre, mis tías y mil primas. Las últimas de las diosas menores: nuestros poderes eran tan modestos que apenas nos garantizaban la eternidad. Hablábamos con los peces y alimentábamos a las flores, extraíamos agua de las nubes y sal de las olas. Esa palabra, ninfa*, marcaba el alcance y la envergadura de nuestros futuros. En nuestra lengua no solo significa 'diosa', sino también 'novia'.
Mi madre era una de ellas, una náyade, guardiana de manantiales y ríos. Llamó la atención de mi padre cuando este vino a visitar los aposentos de su padre, Océano. En aquellos días, Helios y Océano frecuentaban mutuamente sus mesas. Eran primos y de igual edad, aunque no lo parecía. Mi padre refulgía como el bronce recién fraguado, mientras que Océano había nacido con los ojos llorosos y una barba blanca que le llegaba al regazo. Sin embargo, ambos eran titanes y preferían su mutua compañía a la de aquellos extravagantes dioses nuevos del Olimpo que no habían visto la creación del mundo.
Principio de "Circe"
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