A ti que en otro tiempo te dignabas
proteger mis tareas algún tanto,
inspirando a mi genio el vivo fuego
que sin tu auxilio procurara en vano:
A ti solo, mi Musa bienhechora,
con ansia busco, con ardor te llamo.
Por qué en este momento de mi huyes?
Por qué me dejas cuando más te aguardo?
Mas, ay!, que ya la causa he comprendido,
de mi sola indolencia ha dimanado,
pues he visto correr tan bellos días
de tranquilas delicias adornados,
en los cuales los blandos cefirillos
a porfía sus alas agitando,
a las flores robaban sus fragancias
y al esparcirlas los hacían más gratos;
días preciosos para mí perdidos!
pues ni un momento a ti te he dedicado:
Y ahora cuando ya el caduco invierno
sus tardos pasos viene apresurando,
por mostrarnos su faz envejecida,
y las arrugas de sus yertas manos:
Cuando lo vegetable e insensible
(que no lo son sin duda en este caso)
se nos presentan tristes y confusos
por la venida del helado anciano:
y árboles y plantas, y aun las fieras,
todos suspiran la cerviz bajando
y a su madre natura ya se quejan
de haber perdido su verdor lozano,
de ti me acuerdo, y con humildes voces
en mi ayuda solícita te clamo:
ven, ven y de un sueño turbulento
explicará mi acento los arcanos.
(...)
En "Poéticas. Antología de mujeres del siglo XVIII"
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