LA CÁMARA DE LA QUE ME DIO A LUZ
Un día, estando embarazada de cinco meses de ti, encontré un nido de águilas, un simple hueco de dos metros abierto entre el raigrás al borde de un precipicio, junto al río. En su interior se acurrucaban dos crías bien cebadas, yo caminaba sola y el águila volaba en círculos sobre su nido y sobre mi cabeza, batiendo con fuerza sus alas, una de ellas desplumada, pero sin atacarme. Supuse que era la hembra. Su sombra negra me siguió hasta la puerta de casa, como una nube que oculta el sol. Entonces tuve el presentimiento de que esperaba a un niño y decidí que lo llamaría Örn, "águila". El día en que naciste, tres semanas antes de tiempo, el águila volvió a sobrevolar la granja. El anciano veterinario, que estaba en nuestra finca inseminando una vaca, fue quien te trajo al mundo. Su última labor antes de jubilarse consistió en dar la bienvenida a un recién nacido. Cuando salió de la vaqueriza, se quitó las botas de agua y se lavó las manos con una pastilla nueva de jabón Lux. Entonces te alzó en sus brazos y proclamó:
-Lux mundi.
La luz del mundo.
El veterinario, aunque habituado a dejar que las hembras lamieran a sus propias crías, llenó de agua el barreño de las morcillas para darte un baño. Yo lo observaba mientras se arremangaba la camisa de franela y sumergía los brazos hasta los codos. Tu padre y él se ocupaban de ti, yo los veía de espaldas.
-Es la hija de su padre -anunció tu padre antes de añadir en voz alta y clara-: Bienvenida, pequeña Hekla.
Había escogido tu nombre sin habérmelo consultado.
Principio de "La escritora"
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