2.2.24

Rafaela Hermida Jurquetes. El milano y las aves

Un milano sangriento, 
a fuerza de buscar el alimento
sin cuidados ni afanes
(que esto toca a los pobres ganapanes),
la sangre codiciaba de tal suerte,
que a todo cuanto veía daba muerte,
ya recorriese diestro el aire vano,
ya se aterrase sobre sierra o llano,
procurando, más bien que alimentarse,
en destruir vivientes recrearse.
-Si nos mataras -al morir decían-
instigado del hambre, ya tendrían 
tus rigores un viso de disculpa;
pero si te complaces en la culpa,
y casi siempre matas 
porque hallas diversión cuando maltratas...
-Es verdad -les decía muy ufano-.
De qué sirve el poder? De qué esta mano?
Morid y complaced mi ardiente furia,
pues no habrá quien os vengue de mi injuria.
De esta suerte asolo montes y valles
hasta que el tiempo resolvió vengarles:
las uñas le quebranta,
y añade al pico curvatura tanta,
que presa hacer no puede,
y al hambre y a la sed el triste cede.
De sus tristes lamentos obligadas
acudieron las aves a bandadas;
y, hallándole postrado, gritan alegres:
      -Tiempo afortunado!
Él, viendo su poder ya destruido,
la humildad afectó del que es vencido,
y con la más sagaz hipocresía 
alimento y socorro las pedía, 
jurando ser su amigo eternamente,
diciéndole:
   -Enemigo,
recibirte nosotras por amigo?
Aquel que persiguió nuestra inocencia 
no debe hallar piedad, sino inclemencia:
vive entre la agonía y desconsuelo,
abominado de la tierra y Cielo;
y para prolongar tan mal estado,
alimento tendrás, pero tasado;
de modo que bastando a mantenerte 
satisfecho jamás llegues a verte.
Así él triste murió; bien empleado.
Quien del mucho poder haya abusado
mejor fin que el milano nunca espere;
que quien a hierro mata, a hierro muere.


En "Poéticas. Antología de mujeres del siglo XVIII"


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