en el suelo húmedo de la leñera,
ni grande ni pequeño, el lado abierto
deformado en un óvalo por el peso de la leña
o porque la mujer que lo usaba
lo moldeó así para ajustarlo a su dedo.
Su borde decorativo de hojas, graciosas
y uniformes, como la cenefa de acantos
en el techo de lata de la iglesia...
se repite sobre nuestras cabezas
mientras decimos al unísono
palabras que la dueña del dedal debió haber dicho.
De "De habitación en habitación"
En "De otra manera"
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