el cielo preñado de nieve
en invierno
a última hora de la tarde
que alboroza el corazón
y transmite la adorable insignificancia
del tiempo.
Cada vez que llego a casa -cada vez-
alguien allí me ama.
Hasta entonces
me detengo en la acostumbrada y negra paz
como un pino cualquiera,
o vago despacio
como el viento aún pausado,
esperando,
cual si fuese un regalo,
que empiece la nieve,
hasta que llega,
desenfadada primero,
luego irreprimible.
Dondequiera que viva-
en la música, en las palabras,
en los fuegos del corazón,
hábito con idéntica intensidad
este lugar sin nombre, indivisible,
este mundo
que ahora se desmorona,
que es blanco y salvaje,
que es más leal que todos los gestos de lealtad,
que las oraciones más profundas.
No sufras, tarde o temprano estaré en casa.
Con las mejillas arreboladas por el viento enardecido,
me detendré en la puerta
a dar zapatazos con las botas y palmearme las manos,
los hombros
cuajados de estrellas.
De "Nuestro mundo"
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