En el valle de Elqui, ceñido
de cien montañas o de más...
Cuarenta años tras sus años mortales
regresó a mi lado, a nuestro Pacífico,
acudió a este lugar, ella
que sumergió al santo manso y ciego
y a los adustos hombres de España
en la gloria del señor de los ángeles
y la ráfaga del viento huracanado.
Se quedó en esta costa del norte
donde las gaviotas volaban como papeles rotos
y dijo en el idioma que yo hablaba
antes de que supiera hablar: "Ven!".
"Ven!", dijo, allí parada
con su cuerpo fornido y su voz ronca,
de amplios pechos, como las colinas:
"Vine al norte, pero no me reconociste.
Ahora me he ido a casa, al valle
ceñido de cien montañas,
de cien montañas o de más.
Debes venir y debes aprender
mi idioma".
Si camino hacia el sur
con el océano siempre a mi derecha
y las montañas a mi izquierda,
si cruzo a nado las desembocaduras,
los estuarios y el gran canal, si camino
de la marea alta a la marea baja
y de la luna llena a la nueva, hacia el sur,
y desde el equinoccio al solsticio, hacia el sur,
a través del ecuador en un sueño de volcanes,
si camino a través de todos los trópicos
dejando atrás bahías de amatista y de jade
desde el abril de primavera al del otoño, hacia el sur,
y a través de los desiertos de nitrato y asbestos
con el mar plateado a mi derecha
y cien montañas a mi izquierda,
cien montañas o más,
llegaré al valle.
Si camino hasta allí, mi poeta,
si puedo caminar hasta allí,
te encontraré.
Y hablaré tu idioma.
De "Unos sesenta años"
En "En busca de mi elegía"
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