16.5.24

Alba de Céspedes. Una esposa ejemplar

Conocí a Francesco Minelli en Roma, el 20 de octubre de 1941. Yo estaba preparando entonces la tesis de licenciatura, y hacía un año que mi padre se había quedado casi ciego de cataratas. Vivíamos en una de las casas nuevas del muelle Flaminio, adonde nos habíamos mudado justo después de la muerte de mi madre. Yo podía considerarme hija única, aunque, antes de nacer yo, un hermano mío había tenido tiempo de venir al mundo, revelarse un niño prodigio y morir ahogado a los tres años. De él se veían en casa muchas fotografías en las que su desnudez quedaba apenas cubierta por una camisita blanca que resbalaba sobre sus redondos hombros. También había retratos suyos tumbado bocabajo sobre una piel de oso, pero la preferida de mi madre era una pequeña imagen que lo mostraba de pie, con una mano tendida hacia las teclas del piano. Ella sostenía que, de haber vivido, habría sido un compositor de la talla de Mozart. Se llamaba Alessandro, y, cuando yo nací, pocos meses después de su muerte, me pusieron el nombre de Alessandra para renovar su memoria y con la esperanza de que se manifestaran en mí algunas de esas virtudes que habían dejado de él un recuerdo imborrable. Ese vínculo con el hermanito difunto tuvo un gran peso en los primeros años de mi vida. 


Principio de "Una esposa ejemplar"
    

No hay comentarios: