Nos han dicho que debemos lealtad a la Seguridad, que es nuestra Cruz Roja y nos proporcionará pomada y vendas para las heridas y nos extraerá las ideas ajenas las cuentas de cristal de la fantasía las horquillas retorcidas de la insensatez que llevamos incrustadas en la mente. En todas las puertas de entrada y salida al mundo han fijado carteles con avisos y listas de medidas de precaución que deben tomarse ante una emergencia extrema. Rayos, aislamiento en las nieves de la Antártida, mordeduras de serpiente, motines, terremotos. Nunca duermas en la nieve. Esconde las tijeras. Desconfía de los extraños. Si te pierdes en un país extranjero, guíate por el sol para saber la hora y por los riachuelos que fluyen hacia el mar para conocer tu posición. Si te estás ahogando y te rescatan, no opongas resistencia. Succiona el veneno de serpiente de la herida. Cuando la tierra se abra y las chimeneas se vengan abajo, sal corriendo a cielo abierto. Pero no nos han proporcionado consigna alguna para el día de la perdición definitiva, cuando «quienes miran desde las ventanas quedarán en tinieblas». Las calles están abarrotadas de gente presa del pánico, que mira a derecha e izquierda, que oculta las tijeras, que succiona el veneno de una herida que no logra encontrar, que calcula la hora por la posición del sol en el cielo cuando el propio sol se ha fundido y se desliza en hilillos de los arrecifes de tinieblas hacia los cauces de mares evaporados.
Principio de "Rostros en el agua"
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