De la Tierra a la Tierra
Cuando estuve en la cárcel, recibí un diccionario. Me lo enviaron con una nota. «Este es el libro que yo llevaría a una isla desierta». Después me llegarían más libros de parte de mi profesora. Pero, como ella bien sabía, este resultó ser de inagotable utilidad. La primera palabra que busqué fue la palabra «sentencia». Me había caído una implacable sentencia firme que acarreaba una pena de sesenta años de los labios de un juez que creía en la vida después de la muerte. Así que la palabra con su ce bostezante, las pequeñas y beligerantes es, la susurrante y sibilante ese y las dos enes, esta palabra repetitiva e insidiosa, hecha de letras astutamente punzantes que rodeaban a una aislada te humana, estaba en mis pensamientos en cada instante de cada día. Sin lugar a dudas, de no haber llegado el diccionario, ese vocablo ligero que pesaba sobre mí me habría aplastado por completo, a mí o a lo que quedaba de mí después del acto tan extraño que había realizado.
Principio de "El fantasma de las palabras"
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