Las hojas rubias oscuras de la morera
siempre son jilgueros dando volteretas
por el jardín llenos de gozo intenso.
Las últimas aovadas hojas bermejas
de las manazas silvestres son gorriones
cantores que tiemblan todas a la vez. Y hoy,
cuando ya no podía aguantarme más,
una hueste de gorriones campestres, que
de veras eran gorriones campestres, volaron
hasta las ramas deshojadas del almez
y casi me desplomé: las hojas
reacomodándose de nuevo al árbol
como un hechizo de revocación. Qué
más esperaba? De qué sirve
la exactitud entre la perpetua
dispersión que desarma al mundo?
De "De las que duelen"
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