16.4.25

Cristina Fernández Cubas. Cosas que ya no existen

Empecé a escribir Cosas que ya no existen en el año 1994, en Atenas, sin saber, desde luego, que terminaría llamándose así, ignorando casi todo lo que me iba a encontrar en el camino. Vivía en Sakálov, en el barrio de Kolonaki, y llevaba cerca de un mes asistiendo a una escuela de griego en Pangrati. Para llegar a The Athens Centre atravesaba diariamente los antiguos jardines reales, hoy convertidos en un parque público, admiraba el cambio de guardia de los évzones, compraba el periódico, dejaba el estadio olímpico a mi izquierda, contemplaba la Acrópolis a la derecha y también, día tras día, me repetía entusiasmada: "Esto es un lujo". No usaba reloj en aquel entonces. Los évzones eran mi medida. Pero el tiempo se dilataba o encogía extrañamente en un punto concreto, el momento en que dejaba el estadio a la izquierda, contemplaba el Partenón en lo alto, a la derecha, y me congratulaba, con la consabida frase, de mi fortuna cotidiana. Nunca, que yo recuerde, logré llegar puntualmente a clase.


Del prólogo de "Cosas que ya no existen"
    

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