8.5.25

Cristina Ispas. Vacation

Los estridentes pájaros de mi sueño
resultaron ser sólo una pandilla de niños,
que se habían apoderado del prado de delante del hotel,
cegador bajo la luz matinal. Por lo demás,
el antiguo campamento estaba ahora desalojado.
   
Las casitas de madera estaban vacías, descoloridas por el sol
y con las ventanas rotas.
   
Entre ellas, las únicas manchas de color
provenían de algunas tiendas de campaña
y de la ropa tendida entre los árboles.
   
Traté de reconstruir para Natalia
algo de atmósfera de antaño
evitando al mismo tiempo,
hablarle del pasado
como de un tiempo glorioso, según mi tendencia,
nacida del deseo de no contarle cosas tristes,
y al mismo tiempo no modificar la realidad.
   
Difícil de mantener el equilibrio, pues lo que recordaba
eran más bien los uniformes insípidos, 
demasiado largos y demasiado anchos, de las limpiadoras, 
atadas con un cinto,
ese color gris hervido, imposible,
la ropa extraña que llevaban las chicas al salir de noche
en la disco al aire libre,
que tenía algo de ropa infantil,
y algo de llamativo 
y los estados momentos
cuando conseguía escaparme a la calle,
para comprar alguna cosa,
y me daba la impresión de tropezarme 
sólo con lugareños viejos,
que me intimidaban, 
igual que me pasaba en casa, los primeros días,
me intimidarían mis propios amigos,
a los que encontraba de repente ajenos.
   
Tanto más difícil de conseguir el equilibrio
mientras no lograba darme cuenta,
de si al contarle cosas de mi infancia,
eran así, de veras, si esos tiempos
eran tristes y sofocantes,
o sólo era yo,
sensible y temerosa en demasía, 
o, aún más grave,
si así es como son todos los niños.


En "Sombras, incendios y desvanes. Diecisiete poetas rumanas (1961-1980)"
    

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