7.5.25

Alana S. Portero. II

Trato de escribir mi vida
hora tras hora
con la esperanza de contar mi fragilidad
en veintiún poemas de amor
y un par de canciones en ruinas.
Pero yo no soy Adrienne Rich.
No sé leer las arrugas
de las ancianas enfadas,
ni entiendo el lenguaje luminoso
que me muestra el telescopio
de Caroline Herschel
en las noches claras de verano.
   
Mi nombre está escrito en las olas
no en el agua
en las olas
porque es lunar y cambiante
no tiene resonancia en regiones de alabastro
ni se le espera en las habitaciones griegas.
   
Conozco el exilio que emparenta con la hiedra
que cobija moho y escarabajos
en las fachadas de los monasterios escuálidos.
La sombra es ágrafa, la miseria es muda,
las mujeres se esconden detrás de los carteles
los hombres nunca han sabido mirar de cerca.
   
Mi voz interior carece de substancia
y ha desaprendido
el arte de la mentira compasiva,
todo es luto y danza macabra,
llevo tatuadas plañideras en el pecho
que comparten la misma boca negra
-el mismo vacío triste-
cuya comisura empieza en un pezón y termina en el otro.
   
Me hubiera gustado reflejar la paz
de las ahogadas en el rostro.
Atreverme al breathplay definitivo
para ganarme una lápida en el gineceo.
   
Me aterra terminar junto al Orfeo de Trackl
esperando en una esquina de la dimensión
equivocada
a que un ángel blanco venga a decapitarme y
arroje mi cabeza al mar de la tranquilidad.
   
Temo seguir esperando la fiebre de la crisálida
cruzarme con sus vientos
y que nunca lleguemos a encontrarnos.


De "La habitación de las ahogadas"

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