8.8.18

Magda Szabó. El corzo

Quería venir antes, pero he tenido que esperar a Gyurica, y ya sabes que él siempre y a todas partes llega tarde. Dijo que vendría a eso de las nueve, pero habían pasado las once cuando lo he visto entrar por la puerta. Todo el mundo lo toma por un educador popular o por el representante de alguna publicación, a pesar de que lleva su maletín de médico. Se ha detenido en medio del patio, ha entrecerrado los ojos, la buscado el número 39, adonde lo habíamos llamado; las mujeres que estaban en la galería se han refugiado en sus casas y han cerrado las puertas. Cuando por fin me ha encontrado. estaba jadeando. enjugándose la frente, y le ha pedido un vaso de agua a Gizike. En cuanto a mi pie, ha dicho que procure caminar poco, que le ponga compresas, que no es nada grave. Que de todos modos no se deshincharía antes de veinticuatro horas y que de ninguna manera podría saltar de la rama de un árbol. Arriba y abajo, arriba y abajo, los llevo arriba y abajo. Gyurica, por cierto, no ha pronunciado ni una palabra sobre ti. No por discreción, sino simplemente porque ya no había nada que decir. Qué podía decir? Miraba a Gizike, sentada a la mesa redonda, rígida, con las manos en el regazo, como una auténtica ama de casa; y cuando se ha levantado para marcharse, ella ha vertido agua en la jofaina y ha sacado una toalla limpia.


Principio de "El corzo"
     

No hay comentarios: