al cruzarse con una mujer en la calle
o en la escalera del subte
para decirle que es hembra
y que su carne lo reconoce,
son una especie de melodía,
un canto algo feo, cantado
por un pájaro de lengua partida
pero lanzados en pos de música?
o son rugidos asfixiados
de un sordomudo atrapado en un edificio
que lentamente se llena de humo?
Ambos, tal vez.
Esos hombres por lo general
no parecen ser capaces de hacer más que gemir,
sin embargo, una mujer, a pesar de sí misma,
sabe que le rinden homenaje:
si careciera de toda gracia
pasarían en silencio:
entonces no es sólo para decir que ella es
un cálido agujero. Es una palabra
en lengua-pena, nada que ver con lo
primitivo o una lengua-prima;
una lengua magullada, contagiada, precipitada
hacia la decrepitud. Ella quisiera
deshacerse del homenaje, dis-
gustada, y no puede,
sigue zumbando en sus oídos,
cambia el ritmo de su andar,
los afiches rotos en un pasillo vacío
le hacen eco,
rechinan con el estertor del tren que arriba.
Su pulso reticente
se acelera,
pero bajan de velocidad los vagones
y se sacuden al detenerse mientras su comprensión
sigue traduciendo:
"vida tras vida tras otra vida pasa
sin poesía,
sin decoro,
sin amor."
En "De la nieve, los pájaros"
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