6.10.19

Elizabeth Bishop. Sextina

La lluvia de septiembre cae sobre la casa.
Bajo la escasa luz, la anciana abuela
se sienta en la cocina con la niña
junto a la Estufa Pequeña Maravilla,
leyendo el almanaque con sus chistes,
riendo y hablando para ocultar las lágrimas.

Piensa que sus equinocciales lágrimas
y la lluvia golpeando en el tejado de la casa,
ambas estaban ya predichas en el almanaque,
aunque esto lo sabe solamente una abuela.
La tetera de acero canta sobre la estufa.
Corta un poco de pan y le dice a la niña:

Es la hora del té. Pero la niña
vigila las pequeñas, duras lágrimas de la tetera
que, alocadas, danzan sobre la caliente y negra estufa,
como debe de danzar la lluvia sobre la casa.
Poniéndose a ordenar, la anciana abuela
cuelga el ingenioso almanaque

de su cuerda. El almanaque, parecido a un pájaro,
queda en el aire, abriéndose, sobre la niña,
en el aire sobre la anciana abuela
y su taza de té llena de oscuras, pardas lágrimas.
Ella se estremece y dice que piensa que la casa
siente frío, y echa más leña en la estufa.

Fue para ser, dice la Estufa Maravilla.
Yo sé aquello que sé, dice el almanaque.
La niña con los lápices de colores dibuja una casa rígida
y un tortuoso sendero. Después, la niña
pone un hombre de botones como lágrimas
y lo muestra a la abuela con orgullo.

Pero secretamente, mientras la abuela
está ocupada en los fogones,
de entre las páginas del almanaque
las pequeñas lunas caen, igual que lágrimas,
al florido parterre que la niña
ha dispuesto con cuidado delante de la casa.

Tiempo de plantar lágrimas, explica el almanaque.
La abuela canta a la maravillosa estufa
y la niña dibuja otra inescrutable casa.




De "Cuestiones de viaje"

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