4.1.22

Shuhda bint al-Ibari. Déjate arrullar por la brisa

Acuéstate a mi lado, déjate arrullar por la brisa,
suave y tibia sobre este lecho de amapolas.
   
Si unos ojos seductores te lanzan hechizos,
que altas torres abaten y muros destrozan,
   
ponte en guardia! Que tu corazón no sea blanco
de las flechas de una mirada encantadora.
   
A la juventud risueña, cualquier roce la sacude,
como un soplo de aire el ramaje del sauce.
   
Las alhajas resaltan los contornos de su belleza,
nombres hermosos engalanan las doncellas:
   
Perlas de cornalina que enamoran y encandilan,
por las que los latidos del corazón vuelan.
   
A uno cargó una bella con esa levedad insoportable,
cuánto dolor le causó al abandonarlo!
   
El día que a Gatafán llegó, solo con mirarlo,
una arrebató el juicio a un joven incauto.
   
Hasta cuándo lastrarás mis costillas con este fardo?
Hasta cuándo anegarás mis párpados en llanto?
   
Cuando la boca de un relámpago sonríe,
de los ojos brotan lágrimas a raudales.
   
Camellero, acaso te aprestas a salir de noche
para conducir tu rebaño a los pastizales?
   
Recuerda mi compromiso a los olvidadizos,
lo que en primicia les ofrecí me ha destruido.
   
Al recordar el lugar del adiós, suelto las riendas:
que corra el torrente del desconsuelo a su albedrío!
   
No temo a la sed ni a los estragos de la sequía
si semejante caudal de agua me arrastra consigo.
   
Si me acucia el hambre, el sedimento la sacia;
así me satisface el flujo constante de este río.
   
Cuando las espadas hablan con sus vainas,
las palabras aparecen forjadas al rojo vivo.


En "Gacelas de arena. Poesías árabes de la Edad de Oro"
    

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