Hace muchos, muchos años, cuando yo era muy joven, una gitana me dijo que escaparía al dolor y al infortunio mientras viviera cerca del agua. Sé que iniciar un relato con una profecía es algo que ya está muy trillado, sobre todo si la profecía la hizo una gitana, pero afortunadamente esta predicción no se cumplió. En la felicidad o infelicidad de mi vida, no influyó nunca la proximidad o la lejanía del agua. Aunque no puedo negar que algunas tormentas interiores se calmaban cuando contemplaba las olas empenachadas del Pacífico o escuchaba el murmullo de un arroyo de los Alpes. Por eso nunca pude olvidar la profecía de la gitana, que también evocaba el paisaje de mi infancia, y la casa, junto al río, donde viví y crecí. El río se llamaba Dniester. Donde nosotros vivíamos, el Dniester era joven y salvaje. Fluía sobre un lecho de guijarros desde su fuente -que se hallaba a poca distancia, en los montes Cárpatos-, poco profundo en algunas partes y, de pronto, insondable y turbulento, siguiendo un curso irregular y caprichoso hasta el Mar Negro.
Mi tierra natal fue Galitzia. Galitzia era aquella parte de Polonia que tras la división de 1775 pasó a formar parte de Austria.
Principio de "Los extranjeros de Mabery Road"
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