8.3.23

Vivian Gornick cita a Elizabeth Cady Stanton

Apenas sabía quién era Elizabeth Cady Stanton -una sufragista del XIX?, una amiga de Susan B. Anthony?- cuando, en algún momento de aquella década crucial, una feminista puso en mis manos "La soledad del ser", el último mitin público que dio Stanton, y sentí tanto la conmoción como la euforia de darme cuenta de que "ya habíamos estado aquí antes".
Sucedió en enero de 1892; el lugar en cuestión, un palacio de congresos de Washington D. C. hasta arriba de gente. En el estrado, Elizabeth Stanton estaba a punto de dejar la presidencia de la Asociación Nacional para el Sufragio de la Mujer en Estados Unidos. Sería su último discurso público como líder del movimiento. Se quedó mirando los varios millones de caras reunidas ante ella. Muchas llevaba viéndolas desde hacía cuarenta años, y durante gran parte de esos años ella y ellas habían sido una; pero la lucha por el sufragio se había vuelto cada vez más conservadora, mientras ella seguía siendo una radical sin adulterar, y para entonces llevaba ya mucho tiempo sintiendo esa separación entre ella y su amado movimiento; aquello le había provocado una soledad tan terrible, como nunca había conocido, pero el aislamiento había resultado ser revelador: había llegado a comprender emocionalmente lo que antes solo había comprendido con la razón.
Los lazos de la conexión humana eran frágiles, eso siempre lo había sabido, supeditados como estaban al tiempo, las circunstancias y el misterio de las simpatías volubles, pero nunca antes había dudado de que esa conexión fuera la norma: encontrarse sola, sin un apego estable o permanente, era exponerse a la carga temida de la anormalidad. De pronto, sin embargo, le vino la idea de que la soledad era la norma; la conexión, el ideal, la excepción y no la regla de la condición humana. La dedicación prolongada y fructífera a los derechos de la mujer le había procurado discernimiento extraordinarios, pero ninguno más poderoso o sugestivo que este:
"Nada importa lo mucho que las mujeres prefieran apoyarse -empezó diciendo-, ser protegidas y mantenidas, ni lo mucho que los hombres deseen que ni hagan, la travesía de la vida ha de hacerse a solas [...]. Importa poco que el viajero solitario sea hombre o mujer; la naturaleza, que los ha dotado por igual, cuando llegan los peligros, los deja en manos de la ocasión, perecen por igual".
En la que había sido una vida larga, dijo, había llegado a comprender que es en el tema de la soledad no deseada donde más choca la naturaleza con la cultura. Ella consideraba que los seres humanos están atrapados desde que nacen en una psicología de la culpa, inexplicable y desconcertante, que contribuye a nuestra incapacidad para buscar el consuelo de la compañía en nuestras horas de mayor necesidad. Nos da "vergüenza" nuestra propia vulnerabilidad:
  Nuestras decepciones más amargas, nuestras esperanzas y ambiciones más vivas solo nosotros las conocemos [...]. No exigimos la compasión de los demás en la angustia y la agonía de una amistad que se rompe o de un amor que se parte en dos. Cuando la muerte hiende su guadaña en nuestros lazos más íntimos, nos quedamos solos en la sombra de nuestra aflicción. Por igual, en los mayores triunfos de nuestra vida y en sus más oscuras tragedias, caminamos solos. 
Siendo como era un animal político hasta la médula, no pudo evitar asociar estas ideas a la necesidad de la igualdad política de las mujeres: la razón más contundente que ella, Stanton, conocía para darles a las mujeres todos los medios para ampliar su esfera de acción era la primordial naturaleza solitaria de toda la vida. Y es desde esa misma perspectiva desde la que ahora nos habla directamente de las consecuencias de reprimir los derechos de las mujeres como ciudadanas.
   Hablar de guarecer a la mujer de las tormentas más fieras de la vida es la burla más pura, puesto que la azotan desde todos los puntos cardinales, al igual que al hombre, y con resultados más letales, pues a él lo han entrenado para protegerse a sí mismo, para resistir y conquistar. Esos son los hechos consumados de la experiencia humana [...] rico y pobre, inteligente e ignorante, sabio y necio, virtuoso y vicioso, hombre y mujer; es siempre lo mismo, toda alma ha de depender íntegramente de sí misma [...]. En la larga y fatigosa marcha, todos caminan solos.
Se trata esta de una soledad que todos y cada uno hemos llevado siempre dentro, más inaccesible que las montañas heladas, más profunda que el mar de medianoche; la soledad del ser. Nuestro ser interior al que llamamos "nosotros", ningún ojo ni caricia de hombre o ángel lo ha penetrado jamás. Así es la vida individual. Quién me pregunto, puede arrogarse, osar arrogarse, los derechos, los deberes, las responsabilidades de otra alma humana?



De "Cuentas pendientes"
   

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