5.6.23

Marie-Claire Blais. Un corazón habitado por mil voces

Eso es, no se mueva, le subo las almohadas, así cerca de la ventana verá la nieve que cae, que caiga hasta enterrarnos a todos, dijo René con voz lejana y algo chirriante, Olga, Natacha, Tania, sea cual sea su nombre, que caiga la nieve, puesto que es la época, en cuanto a mí, me queda bien poco, unos días, unas noches como mucho, mi querida niña, podría quitarme este pijama sucio, seguramente tendré visita hoy y quiero estar guapo, elegante incluso, como antes cuando era el pianista de los cabarets, de los bares frecuentados únicamente por mujeres, algunos hombres de cuando en cuando, pero rara vez, tocaba valses, muy bien vestido, y eso les encantaba a todas, puedo asegurárselo, Tania, esta nieve es como en Moscú, dijo la enfermera rusa, sí, como en Moscú, nunca para, los niños vuelven de la escuela recitando a Pushkin, todos, desde los doce años, me acuerdo, dijo Olga, era así, y este batín, quítemelo también, ordenó René, dónde están mi camisa tan blanca, la chaqueta negra, la corbata azul, sáqueme todo eso del armario, quiero vestirme como para salir, puede que mis amantes vengan de nuevo a verme, quién sabe, Olga, qué amantes, señora, de qué está hablando, no me llame señora, dijo René, y no olvide que soy un hombre, se diría que soy una mujer, sobre todo para usted que lo sabe todo de mí, demasiado quizá, esos cuidados higiénicos, querría encargarme personalmente, pero qué debilidad en mis brazos, en mis piernas, no me acostumbro, si Dios ha creado el nacimiento que es un acto alegre, por qué no ha suavizado el fin de la vida para sus criaturas, eh, dígame, Olga, por qué ha hecho de mí una mujer cuando en realidad soy un hombre


Principio de "Un corazón habitado por mil voces"
    

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