Milly estaba sentada en una silla, sin moverse, con la cara redonda y pálida vacía de toda expresión. No dejaba de mirarse las manos, que le caían -como si no le perteneciesen- entrelazadas, rollizas e inertes sobre el regazo negro. Llevaba así, sentada en silencio y mirándose las manos, desde que ocurrió.
-Espabílenla -habia dicho el médico cuando los parientes del pobre Ernest le hicieron notar tal conducta. Pero en vano lo intentaron todas sus cuñadas en grupo; ella siguió muda, inmóvil, mirándose las manos entrelazadas sobre el regazo negro.
-Si al menos llorase... -se decían los Bott unos a otros.
-Llorar le vendría muy bien -convenían los demás.
Pero Milly no lloraba. Tampoco hablaba, salvo para murmurar con su dulce voz cada vez que un familiar compasivo y doliente le acariciaba el brazo o, desde detrás de su silla, le rozaba la cabeza gacha.
-Qué amables sois todos.
Quién no iba a ser amable con la pobre Milly en su duelo?
Principio de "Expiación"
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