11.1.24

Claribel Alegría. La Ceiba

Cómo olvidar esa mañana
en que asaltaron mi pecho
las mariposas?
Una se posó en mi mano
habría podido cerrar los dedos
sobre ella
y atraparla 
pero voló 
voló. 
   
Años atrás 
avanzando insegura 
sobre las baldosas chocolate
Rilke vibrando entre mis manos
floreciendo el hibisco
y el jazmín
detrás de la araucaria 
una luna fantasma 
recortada en pedazos
por las ramas
creí haber atrapado 
la poesía
pero voló 
voló.
   
Fue en Glasgow
sólo a mí me asaltaron 
las mariposas locas
los niños me miraban
con ojos dilatados.
Por qué? me pregunté 
sintiéndome aturdida
por qué a mí me eligieron?
Es la blusa
lo supe
mi blusa con hojas otoñales.
Pero el milagro?
Quién me explica el milagro?
Por qué la mariposa
se posó en mi mano?
   
Después de aquella noche
en el patio sombrío de la casa
con la luna mirándome 
a través de la araucaria 
empecé a conjurar
palabras
a inventar mariposas 
más nítidas unas que las otras
ninguna se amoldaba
a ese trazo interior
que vibra en mí. 
   
Dejé la casa
dejé a los míos 
a mis tibios aromas
a mis muertos
Antes de mi partida
mi padre
con los ojos nublados
me susurro al oído:
"no volverás"
me dijo
y me entregó un estuche
forrado en terciopelo
con una pluma fuente
entre el satén. 
"Es tu espada
princesa".
Dijo princesa?
No
eso yo lo inventé 
debiera haberlo dicho
porque en ese momento
me sentí Deirdre
de las desdichas.
"Es tu espada"
me dijo.
   
Sin darme mucha cuenta
tomé el destino entre mis manos
el tiempo no importaba
no importaba el espacio
el sabor de las palabras
importaba
mi pluma fuente-espada.
   
Dejé la casa
antes de abandonarla
me detuve ante todos los espejos
era extraña mi imagen
desigual
como si se hubiesen encogido
los espejos,
como si estuviesen recelosos.
Salí en silencio
sin olvidar mi Rilke.
Me detuve un largo rato
ante la Ceiba
ante mi Ceiba protectora
que me sirvió de escudo
contra el sol
mientras con otros niños
y perros callejeros
y vendedoras ambulantes
nos congregábamos bajo sus ramas.
No había desconcierto
como en los laberintos del mercado
podíamos ser nosotros mismos
la Ceiba nos cubría 
nos encubría 
nos juntaba.
Su techo era el mapa
de mi patria 
como ver dibujado en el aire
el mapa de mi patria
volandera.
Le prometí volver
refrescarme a su sombra
cuantas veces pudiera.
La Ceiba estaba quieta
ni una de sus hojas
se movió 
pero sentí su bendición.
Desde su arboridad
me bendijo la Ceiba.



De "Umbrales"
   

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