En el principio fue el verbo vestido de plumas, El pájaro belverde, cuentos folklóricos italianos que Italo Calvino recreó, y que mi papá me leyó una y otra vez, lámpara taciturna, cuartito de ladrillos rojos, su pelo aún castaño y el soplo de su voz clara entre dientes, bigotes, barba, cada una de las mil y una noches de mi infancia.
En el final fue el verbo entre portadas rojas, un libro de poesía que, cerrado como tumba, reposaba sobre la panza de mi papá cuando lo encontraron muerto. Entre la palabra pájaro y la palabra tierra hay un tupido bosque de años en los que la distancia se comió toda la complicidad de la niñez hasta hacerme dudar si de hecho existió, o si se trató tan sólo del ensueño de las letras compartidas antes de ir a dormir.
Principio de "Dios fulmine a la que escriba sobre mí"
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