7.8.24

Carolyn Forché. El barquero

Éramos treinta y un almas, dijo, en lo enfermo y grisáceo del mar
en un frío barco de caucho, subiendo y bajando en nuestra mugre.
Por la mañana nada de eso tenía importancia, no había tierra a la vista,
todos estábamos empapados hasta los huesos, vivos y muertos.
Aún podríamos flotar, dijimos, de guerra en guerra.
Qué quedaba atrás sino ruinas de piedra apiladas 
   sobre ruinas de piedra?
Ciudad llamada "madre de los pobres", rodeada de campos
de algodón y mijo, orfebres y tejedores de capas
con la iglesia más antigua de la Cristiandad y la Espada de Alá.
Si todavía alguien permanece ahí, afirma, estaría
   totalmente solo.
Hay un hotel que lleva su nombre en Roma a doscientos metros
de la Piazza di Spagna, donde puedes desayunar bajo
los retratos de estrellas de cine. Ahí los empleados
   se desviven por complacerte. 
Pero estoy hablando incoherencias de nuevo, como lo he hecho desde esa noche
en que recogimos un niño, no el nuestro, del mar, flotando boca
abajo con un chaleco salvavidas, sus ojos eran tomados por los peces
   o por los pájaros encina de nosotros.
Después de eso Aleppo estalló, y a Raqqa le vino una lluvia
de folletos advirtiéndoles que se fueran todos. Irse, sí, pero adónde?
Sobrevivimos a los americanos y a los rusos, a los americanos
otra vez, muchas noches de muerte desde las nubes,
   sorprendidos por las mañanas
de estar despertando del sueño de la muerte aún sin enterrar y vivos
sin un lugar seguro. Irse, sí, obedeceremos los folletos, pero adónde?
Al mar para ser devorados, a las costas de Europa para ser enjaulados?
Al campamento miseria y al campamento quedarse aquí.
   Te pregunto, entonces, adónde?
Tú me dices que eres poeta. Si es así, nuestro destino es el mismo.
Ahora el barquero soy yo, conduciendo un taxi
   en el fin del mundo.
Veré que llegues a salvo, amiga, te llevaré hasta allá.
El barquero

Éramos treinta y un almas, dijo, en lo enfermo y grisáceo del mar
en un frío barco de caucho, subiendo y bajando en nuestra mugre.
Por la mañana nada de eso tenía importancia, no había tierra a la vista,
todos estábamos empapados hasta los huesos, vivos y muertos.
Aún podríamos flotar, dijimos, de guerra en guerra.
Qué quedaba atrás sino ruinas de piedra apiladas 
   sobre ruinas de piedra?
Ciudad llamada "madre de los pobres", rodeada de campos
de algodón y mijo, orfebres y tejedores de capas
con la iglesia más antigua de la Cristiandad y la Espada de Alá.
Si todavía alguien permanece ahí, afirma, estaría
   totalmente solo.
Hay un hotel que lleva su nombre en Roma a doscientos metros
de la Piazza di Spagna, donde puedes desayunar bajo
los retratos de estrellas de cine. Ahí los empleados
   se desviven por complacerte. 
Pero estoy hablando incoherencias de nuevo, como lo he hecho desde esa noche
en que recogimos un niño, no el nuestro, del mar, flotando boca
abajo con un chaleco salvavidas, sus ojos eran tomados por los peces
   o por los pájaros encina de nosotros.
Después de eso Aleppo estalló, y a Raqqa le vino una lluvia
de folletos advirtiéndoles que se fueran todos. Irse, sí, pero adónde?
Sobrevivimos a los americanos y a los rusos, a los americanos
otra vez, muchas noches de muerte desde las nubes,
   sorprendidos por las mañanas
de estar despertando del sueño de la muerte aún sin enterrar y vivos
sin un lugar seguro. Irse, sí, obedeceremos los folletos, pero adónde?
Al mar para ser devorados, a las costas de Europa para ser enjaulados?
Al campamento miseria y al campamento quedarse aquí.
   Te pregunto, entonces, adónde?
Tú me dices que eres poeta. Si es así, nuestro destino es el mismo.
Ahora el barquero soy yo, conduciendo un taxi
   en el fin del mundo.
Veré que llegues a salvo, amiga, te llevaré hasta allá.


De "En el ocaso del mundo"
         

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