Apagué la luz
para vaciar el espacio
y sólo verlo a él.
Voló sin quemar el silencio,
un pájaro
de llamas inofensivas.
Si el fuego no se propaga,
el agua no puede
apagarlo, dijo la bruja.
Desafiante,
me mojé las manos
y le rocié el ala que más ardía.
Ahora guardo
un pájaro herido
que no come de mi mano
en una caja de madera
que no se quema.
En "Pájaros de sombra. Diecisiete poetas colombianas (1989-1964)"
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