Aquel domingo, desde las seis de la tarde, había estado tocando una orquesta vienesa. Ya no era tiempo para conciertos al aire libre; las hojas caídas de los árboles revoloteaban sobre el escenario tapizado de hierba: aquí y allá se revolvía alguna, crujiendo como cuando se están secando, y mientras estuvo sonando la música cayeron varias más.
Principio de "El fragor del día"
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